Realmente, el título de esta columna es una contradicción: un orgulloso no es un verdadero líder. El orgullo puede ser positivo o negativo. Es una sensación excelente y apropiada cuando se ha trabajado duro para lograr algo difícil, pero cuando el orgullo se enreda con el ego, aparece como soberbia y altanería. Este tipo de orgullo puede ser personalmente destructivo e ineficaz para el liderazgo. Hay señales peligrosas a tener en cuenta:
No sea presumido. La humildad es uno de los mayores valores del liderazgo. Liderar con orgullo y presunción sólo revela ausencia de humildad. Aquéllos que sólo se preocupan por sí mismos y entienden solamente su propia perspectiva suelen ser los más miserables. Manténgase en el camino correcto asegurándose de que todos en su equipo tengan voz, se sientan valorados y obtengan reconocimiento por sus logros.
Evite los aires de superioridad. Cuando usted se coloca por encima de todo lo que le rodea, los demás se sienten obligados a admirarlo. Además, su propia visión es limitada si siempre está mirando hacia abajo a todos. Es un fallo serio de perspectiva. Gabriel García Márquez decía: “Una persona sólo tiene derecho a mirar a otra hacia abajo cuando tiene que ayudarla a levantarse”. Enfóquese no en cuán importante puede llegar a ser, sino en la diferencia que puede marcar.
Aún menos deseable que el engreimiento o la superioridad es la impertinencia, que combina una visión elitista con tendencias agresivas. A los líderes arrogantes no les importa lo que perjudiquen siempre que salgan victoriosos. Si siente que desea tener más sin sentido, ser el primero sin venir a cuento o atribuirse méritos injustamente, es hora de cambiar.
Como dije en mi artículo anterior, la autoestima es buena, por supuesto, pero los “líderes” narcisistas tienen sobredosis. Están secretamente seguros de que son más inteligentes o mejores que cualquiera y prefieren ser admirados a que se preocupen por ellos. ¿Los resultados? Vanidad, falta de reconocimiento al equipo y explotación. La mejor cura es mantenerse conectado a su responsabilidad con los demás.
No se puede ser un gran líder y ser egoísta. El orgullo implica ser servido con muestras de respeto, pero el liderazgo consiste en tener voluntad de servir. Servir a los demás requiere que nos centremos en sus necesidades más que en las nuestras y nos recuerda que somos parte de algo más grande que nosotros mismos.
Dé las gracias. El gran liderazgo conlleva expresar gratitud, pero aquéllos que sufren de orgullo indebido creen que se merecen todo lo bueno que les llega y más. Hay algo al decir «gracias» que nos quita la vista de nosotros mismos y la pone de nuevo en los demás.
Las personas ensimismadas centran todos los temas en sí mismos. Contrarrestan la soledad poniéndose en el centro de cada conversación, cada proyecto y cada idea, cuando la verdadera cura para el aislamiento es exactamente lo opuesto.
Si su orgullo lo empuja a desempeñarse con excelencia, a dar lo mejor de sí mismo y a encontrar alegría en sus logros y en los de los demás, probablemente lo ayude a convertirse en un mejor líder. Pero si el orgullo lo lleva a ponerse todas las medallas, a sentirse superior y a explotar sus relaciones, entonces tiene un problema que a menudo se basa en la baja autoestima y el miedo. Son puntos de partida para el duro trabajo de la autocorrección.
La prueba que debemos establecer para nosotros mismos no es avanzar solos, sino avanzar de tal manera que los demás deseen unirse a nosotros. Ése es el auténtico liderazgo.