Por más que estén cambiando los tiempos, se sigue hablando con demasiada frecuencia de jefes autoritarios que tienen rasgos en común: creen en la jerarquía pensando en términos de “empleados inferiores”, están centrados en su carrera profesional exclusivamente, dan órdenes sin escuchar las ideas de su equipo, penalizan los errores sin tolerar fallos, llevan máscara basando su identidad en el puesto que ocupan, se atribuyen todo el mérito, son desconfiados y controladores.
Comenta Pilar Jericó que cuando Naciones Unidas celebró su 50 aniversario se organizó una jornada que duró dos días. Acudieron eminencias para hablar sobre liderazgo y cada asistente pagó 5000 dólares. Al finalizar el evento, rellenaron una evaluación sobre qué mensaje había gustado más. Y el más valorado no fue de ninguno de los grandes ponentes, sino de una mujer que no estaba en el programa y a la que la organización invitó a dar un discurso improvisado. Dicha mujer era la Madre Teresa de Calcuta, quien en apenas unos segundos dijo:
«Así que ustedes quieren cambiar a la gente, pero ¿conocen a su gente? Porque si no conocen a las personas, no habrá comprensión, y si no hay comprensión, no habrá confianza, y si no hay confianza, no habrá cambio.
¿Y ustedes quieren a su gente? Porque si no hay amor en lo que ustedes hacen, no habrá pasión, y si no hay pasión, no estarán preparados para asumir riesgos, y si no están preparados para asumir riesgos, nada cambiará.
Así que, si quieren que su gente cambie, piensen: ¿conozco a mi gente?, ¿quiero a mi gente?».
Según Borja Vilaseca, en el actual escenario macroeconómico la principal fuente de riqueza de las empresas es su capital humano. Es decir, el talento, la creatividad, la pasión, la motivación y la inteligencia de las personas que trabajan en ellas. Porque es lo único que no puede copiarse ni deslocalizarse a países emergentes con mano de obra más barata.
En las empresas vanguardistas ya no son necesarios los jefes autoritarios porque a los colaboradores no se les paga por obedecer órdenes y estar sujetos a horarios rígidos. Ahora lo importante es que se cumplan objetivos. De ahí que dependan de su capacidad para pensar por sí mismos.
Para que esta nueva realidad empresarial se consolide, los jefes autoritarios se han de transformar en líderes reales, los cuales comparten una serie de características:
Están comprometidos con su autoconocimiento. Este viaje de introspección les permite comprender, aceptar e integrar su lado oscuro, transformando sus defectos en cualidades. De este modo se convierten en personas inspiradoras.
Hacen lo que aman, desprendiendo un entusiasmo y un optimismo muy contagiosos. Poseen visión y determinación, y este sentido de dirección les dota de una profunda convicción para superar cualquier obstáculo.
Cultivan su inteligencia emocional. Saben relacionarse con empatía y respeto. Tratan a sus colaboradores como necesitan ser tratados para que voluntariamente se comprometan y den lo mejor de sí mismos.
Inspiran a través de su ejemplo. No esperan a que las cosas cambien, ellos mismos son el cambio que quieren ver en sus empresas. De hecho, son líderes no porque se atribuyan dicho título, sino porque otros los siguen.
Desarrollan el potencial de sus colaboradores. Han descubierto que el conocimiento es lo que empodera a las personas, generando a medio plazo la verdadera riqueza y abundancia que persiguen las empresas.
Este tipo de liderazgo no puede enseñarse, no aparece como consecuencia de cursar un MBA. Surge desde el interior de cada uno. Para que florezca se necesita la transformación personal, ya que no podemos convertirnos en auténticos líderes hasta que no consigamos ser personas auténticas.
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