Por qué a veces nos preguntamos en el mundo empresarial: ¿quién soy yo para ser brillante, magnífico, talentoso y fabuloso? En realidad, ¿quién eres para no serlo? Infravalorándote no ayudas al mundo. No hay nada de instructivo en encogerse para que otras personas no se sientan inseguras cerca de ti.
Nuestra sociedad y las corporaciones tienden a demonizar el éxito de los demás. Este acto con base en la envidia por los triunfos ajenos tiene unas consecuencias muy claras: somos menos libres de lo que pensamos porque estamos condicionados por el entorno. El miedo a ser el elemento discordante de un grupo sienta las bases de una patología muy bien estudiada, conocida como síndrome de Solomon.
Este trastorno se caracteriza porque el individuo toma decisiones o lleva a cabo conductas evitando destacar o sobresalir por encima de los demás, es decir, sobre el entorno social que le rodea. Este comportamiento tan determinado lleva a estas personas a ponerse obstáculos a sí mismas con objeto de continuar en la senda de la mayoría.
En un entorno laboral, el síndrome de Solomon tiene consecuencias muy negativas en las personas que lo sufren. La baja autoestima y la falta de confianza en sí mismos, les lleva a evaluarse constantemente según el entorno que les rodea y no consideran sus propias apreciaciones, sobre todo cuando saben que son buenos en lo que hacen.
Si el síndrome de Solomon no es dominado, no permitirá que la persona destaque en su trabajo o proyecto, pues asume que si tiene éxito por encima de los demás será demonizado. Para evitarlo toma decisiones y adopta comportamientos que boicotean su éxito y que le permiten continuar por la ruta que transita la mayoría.
El primer paso para superar el complejo de Solomon consiste en comprender la futilidad de perturbarnos por lo que opine la gente de nosotros. Si lo pensamos detenidamente, tememos destacar por miedo a lo que ciertas personas –movidas por la desazón que les genera su complejo de inferioridad– puedan decir de nosotros para compensar sus carencias y sentirse mejor consigo mismas.
¿Y qué hay de la envidia? ¿Cómo trasciende? Muy simple: dejando de demonizar el éxito ajeno para comenzar a admirar y aprender de las cualidades y fortalezas que han permitido a otros alcanzar sus sueños en los negocios, por ejemplo. Si bien lo que codiciamos nos destruye, lo que admiramos nos construye. Esencialmente porque aquello que admiramos en los demás empezamos a cultivarlo en nuestro interior. Por ello, la envidia es un maestro que nos revela los dones y talentos innatos que todavía tenemos que desarrollar. En vez de luchar contra lo externo, utilicémoslo para construirnos por dentro. Y en el momento en que superemos colectivamente el complejo de Solomon, posibilitaremos que cada uno aporte –de forma individual– lo mejor de sí mismo a la sociedad y a la economía.