La resistencia a la adversidad es clave en la vida y en el ámbito profesional. En una de sus películas, Rocky Balboa da una lección de vida a su hijo convirtiéndose en una de las mejores definiciones posibles de resiliencia:
“El mundo no es todo alegría y color. Es un lugar terrible y, por muy duro que seas, es capaz de arrodillarte a golpes y tenerte sometido permanentemente si no se lo impides. Ni tú, ni yo, ni nadie golpea más fuerte que la vida. Pero no importa lo fuerte que golpeas, sino lo fuerte que pueden golpearte. Y lo aguantas mientras avanzas. ¡Hay que soportar sin dejar de avanzar! ¡Así es como se gana! Si tú sabes lo que vales, ve y consigue lo que mereces, pero tendrás que soportar los golpes. Y no puedes estar diciendo que no estás donde querías llegar por culpa de él, de ella, ni de nadie. ¡Eso lo hacen los cobardes y tú no lo eres! ¡Tú eres capaz de todo!”.
Si bien la resiliencia es una habilidad fundamental para un desarrollo saludable en la niñez, la ciencia demuestra que los adultos también pueden emprender acciones para impulsarla. Suele ser cuando más la necesitamos. La edad adulta puede traer consigo todo tipo de factores que causan estrés: un divorcio, la muerte de alguno de los padres, reveses profesionales y preocupación ante la jubilación, pero muchos de nosotros no cultivamos las habilidades para enfrentar tales adversidades.
La buena noticia es que algunas de las cualidades de una edad más avanzada, como una mejor capacidad para regular las emociones, la perspectiva obtenida a partir de las experiencias de la vida y la preocupación por las generaciones futuras, pueden darles a las personas mayores una ventaja sobre las más jóvenes en el desarrollo de la resiliencia.
Hay un conjunto de comportamientos que se pueden aprender de manera natural y que contribuyen a la resiliencia. Son las conductas hacia las que gravitamos cada vez más conforme vamos creciendo: practicar el optimismo, reinventarse y reilusionarse, no tomarse las cosas personalmente, recordar las recuperaciones, ayudar a los demás, descansar del estrés, salir de la zona de confort, etc.
Es vital para desarrollar la resiliencia que no tengamos miedo al fracaso, es el mejor maestro de la vida. Ya lo dije en mi penúltimo artículo: Los ganadores fracasan hasta que ganan. Samuel Beckett decía: “Lo intentaste. Fracasaste. No importa. Inténtalo de nuevo. Fracasa otra vez. Fracasa mejor”. La vida consiste en convertirnos continuamente en el ave Fénix y resurgir de nuestras cenizas en cada ocasión que sea necesario. No somos lo que logramos, ¡somos todo lo que superamos!
Yo soy de los que opinan que nada es imposible, lo imposible sólo tarda un poco más. Pero no hay que perder la perspectiva: si alguien es muy feo nunca ganará un concurso de belleza, seamos realistas.
Séneca señaló: «Las dificultades fortalecen la mente, como el trabajo lo hace con el cuerpo». Pero una resiliencia irrealista podría ser contraproducente, al igual que demasiada masa muscular podría ser mala por poner demasiada tensión en el corazón. Los estudios sugieren que incluso las competencias adaptativas se vuelven desadaptativas si se llevan al extremo, las fortalezas sobreutilizadas se convierten en debilidades. Es fácil concebir situaciones en las que las personas puedan ser demasiado resistentes por su propio bien.
Por ejemplo, la resiliencia extrema podría llevar a ser demasiado persistentes con metas inalcanzables. A pesar de que tendemos a admirar a las personas que apuntan alto o sueñan en grande, por lo general es más efectivo ajustar los objetivos a niveles más alcanzables. La mayoría de la gente pierde mucho tiempo persistiendo con objetivos poco realistas, un fenómeno llamado «síndrome de falsa esperanza». Demasiada capacidad de recuperación puede traducirse en aguantar trabajos aburridos o desmoralizadores, y especialmente malos jefes, por más tiempo de lo necesario.
En definitiva, seamos resilientes y tolerantes con los fracasos, pero seamos siempre razonables y optimistas con cordura.