Esta semana he estado reunido con el primer ejecutivo en España y Latinoamérica de una de las principales multinacionales de servicios de recursos humanos. Él es de esos directivos que considero triunfadores y como tal me mostró su preocupación por la elevada rotación de personal en las empresas de América Latina.
Ambos estamos de acuerdo en que la gran diferencia salarial entre directivos y trabajadores es uno de los motivos. Según un reciente informe de Korn Ferry, las empresas latinoamericanas pagan a sus ejecutivos entre 5 y 11 veces más de lo que perciben sus empleados de menor categoría. Como es lógico, con tanta diferencia salarial, los trabajadores se cambian a la mínima posibilidad de mejorar económicamente.
No obstante, también coincidimos en la percepción de que en muchas compañías todavía hay cierto caciquismo directivo, es decir, no se trata a la plantilla con la empatía necesaria como para vincularla emocionalmente y generar lealtad y motivación.
Pensemos en el caso del directivo aparentemente brillante que, tras varios ascensos con buenos resultados económicos para la empresa, se termina descubriendo que todo era bastante efímero. Todos los grandes resultados que había logrado en cada división se desvanecían un año después de su salida hacia otro puesto. Al profundizar en la situación, muchos de los departamentos que había liderado se encontraban peor que antes de su paso. Los buenos trabajadores habían dimitido y los equipos no funcionaban. La cultura en cada uno de ellos se había vuelto tóxica. ¿Por qué? Por haber antepuesto los resultados económicos a las relaciones personales una y otra vez. La gente se sentía despreciada y molesta. La plantilla había perdido cualquier nivel de compromiso y sentía rabia con la empresa por haberlo permitido.
Conozco a directivos aspirantes a CEO a los que les preguntas si les importa la gente y con total sinceridad responden que realmente no, que lo que les importa son los resultados. La empatía, entre otras aptitudes de la inteligencia emocional, no es su fuerte. ¿Se puede desarrollar la empatía? Por supuesto que sí.
Muchas veces estos directivos no tienen empatía ni con la familia. Cuando se ven en el filo de la navaja y reparan en el sentimiento de abandono de los niños, se dan cuenta de que han perdido de vista lo que más les importaba: su sueño de un futuro lleno de amor, seguridad económica y felicidad. Descubren que para conservar su sueño necesitan trabajar la empatía con sus seres queridos y compañeros.
Se dan cuenta de que lo que empiezan a hacer en casa es exactamente lo que necesitan hacer en el trabajo: comprobar si los demás entienden lo que dicen, expresar su gratitud al equipo y bajar el ritmo en las reuniones para que todo el mundo los siga. Aprenden a entender lo que pasa en las mentes y corazones de las personas y a interpretar mejor el lenguaje corporal. Descubren que sus compañeros sí que les importan, que les gusta trabajar con ellos. Poco a poco quienes trabajan con ellos empiezan a verlos como personas más cálidas, abiertas e incluso divertidas. Precisamente, lo que cuento en este párrafo me sucedió a mí en una etapa directiva y afortunadamente logré ver el camino correcto.
Trabajar la empatía requiere autoconciencia, autogestión, paciencia, aguante y mucha práctica, pero se aprende con tiempo y dedicación. Empiece por tener un sueño, una visión de futuro que signifique lo suficiente para usted como para hacer el trabajo duro necesario para cambiar viejos hábitos. Se necesita aceptar lo importante que resulta la empatía en el trabajo y el descubrimiento de los daños provocados por la ausencia de ella.
Según Annie McKee, hay cosas sencillas que puede empezar a hacer para mejorar: observar, escuchar y preguntar; evitar las distracciones e intentar vivir en el presente cuando se está con otras personas (escucha activa); y terminar con la multitarea (hacer más de una cosa con menos porcentaje del cerebro involucrado). Ya sabe, sea el cambio que quiere ver en el mundo.